martes, 16 de agosto de 2016

Cecilia


En el día internacional de Alzheimer.

                                                                                             Cecilia

El día pasaba tranquilo como cualquier otro en la bella ciudad de Colima, la gente caminaba por sus aceras con un rumbo que solo ellos mismos sabían, mientras el fresco viento golpeaba suavemente las copas de los arboles de aquella ciudad.

Todo en Colima tenia un tono algo particular, y entre las particularidades encontramos una aún mas, era una anciana llamada Cecilia, quien tenia las características de una de esas ancianas dulces como un pastel, sus mejillas rosas y unos ojos que resplandecían de felicidad, mas no era una felicidad común, pues Cecilia solo conocía este sentimiento, los otros los había olvidado.

Ella se encontraba deambulando por una conglomerada calle de Colima, con su mano extendida, pidiendo algo de dinero a quienes pasasen frente a ella. A quienes le regalaban una moneda o dos, ella les agradecía muy carismáticamente, y les regalaba una de esas sonrisas que podrían reconfortar a la mas triste de las personas.

El día se acercaba a su fin cuando una señora de aspecto grotesco se acerco a Cecilia. Aquella señora lucia un traje elegante, sus zapatillas brillaban y sus joyas lo hacían aún mas. Su rostro estaba cubierto con un maquillaje que le brindaba aquel aspecto aterrador, pero lo más despreciable en ella era una perpetua expresión en su rostro de codicia y superioridad.
Esta señora, se acercó a Cecilia diciéndole:

-¡vamos vieja cochina! Ya tienes que ir a la casa a lavar una pila de ropa que te esta esperando.

Cecilia respondió con una dulce sonrisa, y emprendió su caminar junto a aquella señora.
Al llegar a la casa (pues vivían juntas) Caridad, que así se llamaba aquella señora de aspecto poco agradable le arrebató el  dinero que Cecilia había conseguido durante la jornada de limosnas. 
-¿esto es todo lo que conseguiste vieja inútil? Preguntó Caridad.

-sí mi hijita, esto es todo lo que me dieron hoy, que lo disfrutes, mas no lo gastes en golosinas. Dijo Cecilia muy amablemente, pues usualmente confundía las edades de su hija y sus nietos, ya que los veía a todos como unos jocosos niños de ocho años.

-¡Lárgate a lavar, vieja vagabunda! Le gritó su hija.

-En seguida, mija.

Los días pasaban exactamente iguales a este, en donde Caridad se aprovechaba de su madre, enviándola a pedir limosna y así conseguir algo más de ingresos, pues Caridad gastaba sus días frente al televisor mientras sus dos hijos se desparecían días enteros y volvían como si su mente fuera otra.

A la mañana siguiente, la rutina empezaba como cualquier otra mañana. Caridad preparaba a su madre con las ropas mas haraposas que tenia y la llevaba hasta aquella transitada calle de la cuidad, en donde la dejaba ahí desde las ocho de la mañana hasta caer el sol, sin comida o 
bebida alguna, pues se decía a si misma que su madre no las necesitaba, y Cecilia ya  había olvidado que era un almuerzo y el sabor de la comida caliente.
La anciana se acomodo en una esquina de aquella calle con su mano extendida en la posición que bien recordaba. Y así su hija cogió otro rumbo.

El día pasó, y Cecilia no recogió una sola moneda. “Hay días en que no topamos con tanta suerte” se dijo. Y una sonrisa acompaño su cansado rostro.
Aquella tarde no llegó su hija por ella, había pasado el día apostando en un antro y se había olvidado de su madre. La noche calló, cubriendo la cuidad de Colina de una densa oscuridad, solo apaciguada por las luces de los postes ubicados en cada esquina.Y Aunque la noche ya había caído, Cecilia seguía en su esquina con la mano extendida, mas la sonrisa se le había borrado, su rostro mostraba un agotamiento insoportable y un dolor provenía de su estomago, mas no sabia cual era el motivo de aquel dolor, tenía hambre. De esta manera la desdichada anciana quedó dormida en su misma esquina alumbrada débilmente, hasta que a la mañana siguiente cuando Caridad iba camino a casa después de una noche de apuestas se la encontró dormitando. Caridad entre copas de alcohol despertó a su madre con un puntapié en un costado.

-!Levántate vieja inmunda!, Le dijo.

Cecilia se despertó, e intentó levantarse mas sus piernas se doblaron cual hojas de papel.

-no me siento bien, hijita. ¿Serías tan amable de darme una mano? Dijo Cecilia.

Aunque Caridad era una persona ingrata, sabia que si no auxiliaba a su madre, podría perder aquellos ingresos diarios. Así que le extendió una mano para levantarla y llevarla a casa.

Al llegar a casa le extendió un plato con algo en el a lo que llamaba estofado, mas era algo imposible de describir, tenia un olor fétido y se encontraba frío. Cecilia se lo comió con muchas ganas, y al terminar su alegría había vuelto a su rostro y los ojos le brillaban como antes. Por alguna razón amaba esa comida, pues era lo que le daban todas las noches después de mendigar. Seguramente era el único sabor que recordaba.

-¿cómo te fue ayer?, vieja.
-¿ayer? Dices.

-¡sí, ayer! ¿Dónde está el dinero de ayer?

Cecilia sacó un pequeño monedero de tela hecho por ella misma, y los volteó, mas ni una sola moneda calló.

-quizá los extravié.

-quizás si, vieja inútil. Prepárate que ya casi tienes que ir otra vez.

-mejor hoy me quedo aquí descansando, mis piernas me duelen mucho, hija.

-bien, solo para que no digas que he sido una mala hija, hoy te dejaré descansar. La verdad era que Cecilia no había descansado de aquella rutina durante dos años, ni siquiera un día entre semana tenia para el descanso.

Al día siguiente todo cambió.

Caridad fue a dejar a Cecilia la esquina de siempre, pero esta vez no se marchó lejos, se despidió de ella (algo poco común) pero se quedo a unos veinte pasos de distancia, lo suficiente para que su madre no notara que ella estaba ahí.
Cecilia esta vez no extendió su mano, ni se sentó. Se quedó de pie viendo hacia la calle, aquella mirada perdida decía más que su propio rostro. A diferencia del rostro de Cecilia, el rostro de su hija si expresaba todo lo que sentía, se podía ver la cólera emanando de sus ojos, sentía unas ganas de golpear a su madre (como ya lo había hecho antes) y su boca articulaba una sonrisa enfermiza. Tanto le molestaba el hecho de que su madre olvidara como pedir limosna, que decidió ponerle fin al asunto.

Se acercó a su madre con una sonrisa tal, que le daba un gesto aterrador. La tomó por el hombro y le dijo:
-Ya es hora de irnos madre.

La pobre anciana vio a aquella mujer desconocida, y luego le sonrió diciendo:

-¿A donde vamos?

-A casa, pero antes tenemos que coger el tren.

-¡Muy bien! Dijo la anciana. –llevo mucho de no viajar en tren.

Las dos mujeres cogieron un viejo tren de pasajeros el cual cruzaba la cuidad de Colima y otras ciudades vecinas, Cecilia se sentó al lado de la ventana, recordaba que amaba ver los paisajes al viajar, mientras que su hija se sentó a su lado.

El tren había empezado su marcha hacía diez minutos, y Cecilia no podía parar de disfrutar los encantadores paisajes que ofrecía la hermosa cuidad, junto a sus zonas boscosas. Al llegar a la parada terminal Cecilia dijo:

-¡vaya! Que lindos paisajes, ¿No es así? Preguntó mientras seguía viendo a través de la ventana, mas Cecilia no encontró respuesta a aquella pregunta. Volvió a ver a su lado y no encontró a nadie.

 Su hija la había abandonado dos paradas atrás, pues odiaba el hecho de que a su madre la memoria le fallara cada vez más.

Cecilia bajó del tren, y no reconoció a nadie, ni a nada. Se tocó los bolsillos y notó que andaba un pequeño monedero el cual sacó y revisó. No encontró nada más que dos monedas.
Se quedó de pie en medio de la estación de trenes con su mano extendida y sus dos monedas en ella, sin moverse, sin alguna otra reacción más que una débil sonrisa en su rostro mientras la gente pasaba a su lado, indiferente.

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